Metro: Marcy Av.
Mapa: Google Maps
La primera vez que escuché hablar de Peter Luger fue a un amigo que me decía que quería ir a este sitio porque Enric González lo había recomendado en su libro "Historias de Nueva York" diciendo que la carne era "adictiva, fantástica y mágica". Y fuimos. Había una cola enorme y nos dijeron que había una lista de espera de dos meses. Las paredes estaban llenas de fotos de famosos con sus opiniones sobre el local (no recuerdo de quién era pero se me quedó grabada una que decía "The best meal in my life I had it at Peter Luger") y de los distintivos Zagat "Best Steakhouse in New York" de los últimos treinta años. De todos los años en los que ha existido la guía Zagat, vamos.
Supongo que a estas alturas ya os imaginaréis que yo flipaba y pensaba que aquel sitio tenía que ser la bomba. Así que este año cuando en cuanto compré los billetes para Nueva York llamé a Peter Luger para (por fin!) poder cenar allí.
Cuando llegamos hubo dos pequeñas decepciones: la primera, que no se puede pagar con tarjeta (en Estados Unidos! Sacrilegio!) y el tono de perdonavidas con el que nos trataron todos los empleados del local. Esto me dejó la impresión de que en realidad, Peter Luger es un sitio de turistas más que otra cosa, gente de paso que vamos atraídos por su fama y a la que en realidad da igual cómo nos traten porque posiblemente sólo vamos a estar allí una vez.
Y pedimos el steak, por supuesto. La especialidad de la casa es el porterhouse (un corte compuesto de parte de lomo y parte de solomillo separados por el hueso), y es prácticamente obligatorio pedirlo porque apenas hay otro tipo de carnes en la carta... pero es un corte que nos gustaba, así que no fue difícil decidirnos. Y ahora algo realmente delirante: en Peter Luger cuando hay una mesa de dos se pide un steak para dos, no dos steaks. ¿Tiene importancia? Mucha. Muchísima. Porque toda la gente de la mesa tiene que comer la carne en el mismo punto. A mí me gusta poco hecha, a mi acompañante un poco más hecha que al punto, con lo cual al final lo que pasó es que ninguno de los dos comimos la carne que queríamos, y eso para mí es un error gravísimo por parte de la gente de Peter Luger.
A estas alturas yo ya estaba bastante mosqueado porque todo el conjunto de pequeños inconvenientes que os he contado me estaba chafando una cena que se supone que tenía que ser de las mejores de mi vida, aunque la verdad es que la noche mejoró cuando trajeron la carne. Era un corte excelente, especialmente el solomillo que resultó ser muy sabroso, con el toque justo de parrilla para tener una corteza crujiente pero un interior todavía tierno. La parte del lomo, aunque también estaba bien, quedó un poco más seca y con menos sabor.
Como postre pedimos un trozo de tarta de chocolate acompañado de un café... americano, porque no tenían expreso. Nos trajeron una especie de tarta de mousse y galleta que resultó bastante agradable, ligera y con un suave pero persistente sabor a chocolate.
Tengo que decir que salí profundamente decepcionado del local. Es un buen restaurante donde se sirve buena carne, pero creo que he comido mejor carne en varios restaurantes a ambos lados del charco, en los que además me han tratado mucho mejor. En cuanto al precio, la cena salió en unos 80$ por persona, más o menos lo que esperábamos. Caro, muy caro, pero no por la cena en sí sino porque todo el márketing de Peter Luger te invita a entrar para tener "la mejor cena de tu vida". Y no lo es.